Hallazgos paleontológicos están demostrando, sin duda alguna, que las comunidades humanas, desde sus orígenes, se han hecho cargo y han cuidado de sus mayores y de quienes estaban enfermos o tenían discapacidades.
Jeremy Rifkin, autor de La civilización empática, sostiene que la fuerza determinante de la supervivencia humana y de la cohesión social se ha sustentado siempre en la empatía y en la solidaridad. Los seres humanos han cuidado siempre de los seres humanos. Pero, por cómo está escrita la historia, parece que no y que es irrefutable que el “hombre es lobo para el hombre”. Y es que la historia se ha escrito siempre con luchas, guerras, conflictos, poder y sangre, pero no con la invisible y poderosa red de apoyos, cuidados, compasión y afectos que sustenta la vida. Probablemente porque la historia la han escrito los hombres y son las mujeres las que, secularmente, se han dedicado a cuidar.
Aunque la tendencia solidaria siempre será una pulsión humana poderosa, esa ley universal empieza a quebrarse cuando, por la estructuración de las familias, de los sistemas de producción, del tiempo de trabajo, de los espacios habitacionales, se ha necesitado mercantilizar y “profesionalizar”, o mejor dicho “mal pagar”, acciones tan intrínsecamente humanas como los cuidados de quienes los necesitan; cuando se pone precio y se hace negocio con su venta. Algunas empresas, y no menores, han encontrado un nicho de negocio en la venta de cuidados y ha creado fábricas –algunas de producción masiva- donde se trabaja en cadena con poco personal, orillando el trato digno, ético y personalizado. Sin olvidar la prestación de apoyos en domicilio con profesionales no siempre preparados para realizarlos con respeto a la autonomía de las personas.
La cuestión es que ahora la humanidad, por sus adelantos y quizás también por sus patologías, está evolucionando hacia sociedades en las que va creciendo de manera persistente una mayoría de personas que necesita ser cuidada. Y, precisamente, la pandemia del COVID ha puesto en evidencia enormes contradicciones en nuestro sistema de cuidados actual. Han aflorado situaciones ocultas de enormes carencias y riesgos para las personas que cuestionan la deriva que toma nuestra civilización.
Vamos avanzando hacia la sociedad de los cuidados y tenemos que generar visión de cómo tiene que ser. Es necesario tejer un sistema en el que las familias, la vecindad, la comunidad y servicios sociales de calidad, conjuguen el cuidado informal y el profesional para garantizar vidas dignas de ser vividas. Dependerá el tipo de sociedad de cuidados que construyamos el que determinará si nos dirijamos a una distopía o a una comunidad humana empática basada en la dignidad y en los derechos.
El caso es que las organizaciones del Tercer Sector de Acción Social dedicamos gran parte de nuestra tarea a la prestación de cuidados a las personas o a la promoción de procesos para que las personas sean bien cuidadas. Cabe hacerse algunas preguntas al respecto sobre el papel de éstas después de lo que estamos aprendiendo con la crisis del COVID:
¿Hemos reflexionado sobre cómo queremos cuidar en nuestra organización?
¿Hemos desarrollado una visión acerca de cómo deben ser los cuidados que queremos promover y a quién queremos involucrar en los mismos?
¿Hemos planificado acciones para generar un ambiente que involucre a los vecinos de la comunidad, del barrio en apoyos y relaciones significativas con las personas?
¿Hemos pensado en cómo desmontar el paradigma patriarcal de los cuidados e involucrar a los hombres en los mismos?
¿Cómo vamos a conjugar valores que deben estar equilibrados en el cuidado, como la salud, la libertad y la dignidad de las personas?
¿Cuál es nuestro papel en la coordinación de activos comunitarios y servicios sanitarios y sociales para garantizar los cuidados que las personas necesitan?
¿Si cuidamos en residencias o en viviendas, lo hacemos de manera personalizada garantizando el empoderamiento de las personas?
¿Quién cuida al cuidador?
Parece que el asunto de los cuidados requiere de una profunda reflexión.
Pilar Pineda dice
Gracias por la reflexión. Incluyo preguntas de las que planteas en nuestro que hacer cotidiano. Qué importante es que las personas que desarrollan los cuidados tuvieran acceso a estas reflexiones, y generaran en su devenir cotidiana cómo apoyar procesos comunitarios protagonizados por las personas a las que cuidan. Qué importante es considerar y que reconsideremos a las personas que cuidan y sus estilos de cuidados. Tengo confianza en que desde estructuras pequeñas podamos construir procesos importantes, que en su meta esté la reducción de la propia estructura.
Juan José Lacasta dice
Gracias Pilar por tu interesante comentario. El momento del cuidado es “el momento de la verdad”. En él se vierten (se han de verter) el respeto, el afecto, la empatía, la eficacia, la calidez… Si falta cualquiera de ellos el cuidado no será de calidad y tiene el riesgo de no ser ético. Por eso es tan importante eso que dices de que hay que revisar los estilos de cuidados. Todo esto si pensamos en los cuidados profesionales, pero parece que el futuro está también en desarrollar la cultura de los cuidados en la comunidad, de los cuidados mutuos no profesionales, espontáneos, vivos, solidarios… Ahí hay una gran tarea que desarrollar…