Cuando arrecian las tormentas perfectas, cuando las crisis profundas e insidiosas nos hacen parar para resguardarnos o, por contra, nos impelen a la acción redoblada, exponiéndonos a riesgos inéditos y nos obligan a doblegar automatismos nunca cuestionados, sin predecir, además, hasta cuándo durará la excepcionalidad, un segundo cerebro, otra conciencia se pone en marcha por su cuenta para sacar conclusiones y plantear interrogantes.
En una situación excepcional como esta, de riesgo e incertidumbre, para seguir con la vida y cubrir las necesidades de las personas y colectivos de las organizaciones sociales, ha parecido sensato hacer, en tiempo récord, un repliegue estratégico provisional y hacer sólo y exclusivamente lo que consideramos esencial y dejar suspendido lo que parece más secundario; utilizar los recursos de una manera muy eficiente; planificar y coordinar la acción de manera colectiva con sistemas de comunicación tecnológica haciendo otra versión del trabajo en equipo; acompañar y animar a los distintos grupos de interés; indagar otra forma de estimular solidaridades; descubrir recursos comunitarios que quizás antes no habíamos visto; reivindicar la esencialidad de los servicios sociales…
Así, ese segundo cerebro, a través del cual aprendemos las cosas importantes que nos transforman a mejor, a medida que vamos experimentando y sintiendo esta nueva realidad, va viendo nuevas cosas y haciéndose preguntas poderosas que tienen que ver con lo que es (debe ser) esencial, que serán valiosas para cuando vuelva la calma. Preguntas como éstas:
– De las nuevas cosas que estamos haciendo o de las nuevas maneras de hacer las que antes hacíamos, y que hemos aprendido a hacer en la situación actual, ¿con cuáles habría que quedarse para mantenerlas en el tiempo?
– ¿Todas las cosas que hacíamos antes del estado de alarma era necesario hacerlas? ¿Cuáles sí, cuáles no y cuáles, transformándose, lo podrían ser?
– Probablemente, hayamos empezado a experimentar nuevas posibilidades o nuevas colaboraciones o relaciones, ya sea en el marco de la organización o en el entorno. ¿Cuáles nos descubren un nuevo potencial que no conocíamos porque eran territorio inexplorado y parece que merecería probar e innovar?
– ¿Qué procesos organizacionales han mejorado o han empeorado? ¿Cuáles debemos apuntalar o potenciar? ¿Cuáles cambiar? En liderazgo, calidad, trabajo en equipo, innovación, participación, sostenibilidad, identidad…
Son preguntas típicas de organizaciones ávidas por aprender. Se trata de aprovechar “el regalo” de la crisis y de tomar conciencia colectiva, juntos, de aquello que sobra, por superfluo, rutinario o innecesario, y de aquello que falta, por esencial y por eficiente.
Claro que parece sensato, para saber que sobra o que falta desde lo que consideramos esencial, hacernos las preguntas contrastando con nuestros referentes de identidad troncales que representan nuestra esencia: con nuestra Misión, nuestra Visión y nuestros Valores.
Aunque cabría preguntarse también si, con lo que estamos aprendiendo en la pandemia, no habría que plantearse modificaciones en tales referentes de nuestra identidad. Es decir, si hemos mutado en algo la identidad.
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