Con motivo de la crisis provocada por el COVID-19, muchas entidades hemos sido conscientes de forma abrupta de los riesgos asociados a la sostenibilidad de nuestra actividad, e incluso nos hemos visto obligadas a ampliar el abanico de potenciales situaciones que pueden afectarnos de forma negativa. Cómo nos va a afectar al conjunto de la sociedad esta sensación de fragilidad y vulnerabilidad ante nuevas situaciones imprevistas tan contundentes, sin duda, está por ver.
En cualquier caso, ninguna de esas situaciones tiene exactamente la misma probabilidad o impacto potencial en nuestras entidades y por tanto es necesario hacer una medición particular de cada uno de los riesgos.
Sin ser la gestión de riesgos un concepto novedoso, ya que data al menos de la década de los 60, la inclusión de la medición del riesgo en las organizaciones está siendo una dinámica habitual en los modelos y normas más habituales para los sistemas de gestión (ISO 9001, EFQM, nuestra Norma ONG Calidad) y el Instituto para la Calidad de las ONG – ICONG está trabajando también en esa línea. Igualmente, existen familias de normas como la ISO 31000 dirigidas a proporcionar principios y directrices para la gestión de riesgos.
Esta gestión de riesgos sin duda tiene ventajas evidentes para las entidades del tercer sector, tales como simplificar y agilizar la toma de decisiones, proporcionar una mayor capacidad de adaptación, generar confianza de nuestros grupos de interés, mejorar la gestión eficiente de los recursos y aportar mayor variedad en las opciones para la consecución de nuestros objetivos.
Ante unas ventajas tan atractivas, lo lógico sería pensar que todas las entidades del Tercer Sector podrían tener un interés claro en asumir esta gestión de riesgos. No obstante, sin querer ser categóricos en este aspecto, dentro de nuestra cultura contamos con sesgos y barreras culturales que a veces nos impiden asumir esta responsabilidad del control y gestión del riesgo: tendencia a mantener las inercias y las rutinas que han dado buen resultado, miedo a la novedad y la incertidumbre acerca de los resultados, a perder el control y, sobre todo a las críticas internas y externas.
Para gestionar el riesgo en nuestras entidades, es necesario perder el miedo a conocernos a nosotras mismas, aunque a veces la imagen que nos devuelve el espejo no es la que nos gustaría.
A modo de propuesta, os hacemos algunas preguntas que nos deberíamos replantear en esta “nueva normalidad”:
- ¿Qué necesidades y demandas urgentes están llegando a nuestra entidad a raíz del COVID desde las personas para las que trabajamos y desde la sociedad?
- ¿Qué papel debe jugar nuestra entidad de cara a sus grupos de interés ante una situación así y dónde es imprescindible tener el foco?
- ¿Qué riesgos y oportunidades hay en materia de financiación a nivel europeo, estatal y autonómico?
- ¿Cómo están los equipos y cómo apoyar a los líderes en procesos de crisis tan desgastantes, con tanta incertidumbre y sin definición temporal?
- ¿Qué aspectos de la innovación y la transformación digital hay que adoptar a corto plazo y qué inversiones van a ser necesarias a medio plazo para seguir en marcha?
- ¿Cuáles son las competencias que necesitan adquirir o reforzar los equipos para poder hacer frente a esta situación?
- ¿Qué alianzas son imprescindibles reforzar o atraer a corto plazo para sobrevivir y aprender deprisa?
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